Acaba la Semana Santa y, como de costumbre, se analizan numerosos aspectos de la Fiesta Mayor. Algunos tan curiosos como las marchas más interpretadas en la Campana o, como novedad este año, los documentados análisis realizados por un cofrade tuitero ofreciendo estadísticas sobre los comportamientos de las hermandades y del público en las redes sociales (entre ellos, el número de ‘followers’ logrados por cada una del día de su salida).
Pero, una vez más, echo en falta un análisis de la compleja relación de las hermandades cuando son cofradías para con los medios de comunicación.
Aquí van algunas cuestiones para la reflexión y la discusión desde mi atalaya particular de periodista-cofradiero.
Existe un déficit o precariedad en la comunicación cofradiera procesional. Resulta chocante e incomprensible que, en el estadio tecnológico y de democratización de las redes sociales en que nos encontramos, la mayoría de las hermandades mantengan una comunicación tan deficitaria con los medios de comunicación el día de su salida procesional, es decir, con el público. Lo que se evidencia y agudiza aún más en fiestas como las vividas, de incertidumbre climatológica.
El resultado es el que se ha visto: medios que no pueden acceder al interior de los templos, que tienen que tirar de conocidos en las juntas para pedirles el favor de sondear el ambiente, cuando no hacerse eco de los rumores que trae en su cara tal o cual costalero que se supone que tiene información privilegiada… Y así pasa lo que pasa, como sucedió en Los Javieres, cuando alguien dijo que no se salía y la hermana mayor corregía el rumor extendido minutos después.
No es de recibo que las hermandades, en global, no cuenten con algún miembro de junta o adyacente que libere al hermano mayor o al diputado mayor de gobierno de atender a los medios y que se encargue de canalizar la información de primera mano y de ofrecerla sin ventajismos ni favoritismos a la mayor celeridad.
No basta con que algún hermano con las claves del Twitter ponga que se demora la decisión de salir, o que al salir se cambiará el recorrido para alcanzar antes la Campana. Hay demasiada gente y hay unos medios de comunicación esperando fuera a la que se debe facilitar el trabajo. Y ojo, también a la Policía Nacional. He sido testigo, en mi hermandad del Dulce Nombre, de cómo el jefe de equipo de la Policía acudía con cara de circunstancias a los periodistas a preguntar si sabíamos por dónde tiraría la cofradía al salir. Todo esto a menos de 10 minutos de que saliera… Y encima con cambio de calle a la salida y movimiento exprés de la bulla, con el lógico mosqueo del respetable perjudicado. Anunciarlo en Twitter a última hora no puede ser la solución, ¿o es que pretendemos que la Policía también esté pendiente de las redes sociales para maniobrar?
Otro problema que se repite año tras año en las salidas procesionales es la dificultad para el periodista a la hora de poder enriquecer su crónica. Siguen siendo multitud las hermandades que, por un prurito de privacidad o por apelación al orden o al carácter de cada escudo, impiden el acceso de los medios al interior de los templos. Ni siquiera dan opción cuando hay retrasos por la climatología, cuando después, como hemos visto en las excepciones, las galerías fotográficas son más lucidas e interesantes, y las crónicas más enriquecidas con testimonios de reencuentros, de bautizos cofradieros, de mil y una anécdotas o detalles que, una vez puesta la Cruz de Guía en la calle, se pierden.
No es afán de morbo, no se es menos cofradía por permitir a los medios, repito que con respeto y sin molestar, acceder a los templos para informar lo mejor posible.
Los periodistas saben comportarse, saben respetar la intimidad y saben buscarse la vida yéndose una hora o dos antes al templo (cuando el reparto de tareas y de personal lo permite, que esa es otra…) para empaparse del ambiente y rastrear esos detalles que, a la postre, guiarán la crónica hacia lugares menos recurrentes.
De lo contrario, tendremos lo de siempre: lugares comunes en las crónicas de las salidas trufados con alguna perla y, año tras año, crónicas enfocadas en páginas dobles hacia lo que acontece en la Campana, el sitio menos democrático y por tanto menos popular de Sevilla en Semana Santa.
De esto último salen mejor parados los compañeros de las radios y televisiones, que meten alcachofas y micrófonos (algunas hasta debajo de los pasos…) y que, en las esperas, suelen recopilar algunos testimonios de sus cercanías. En el caso de estos medios, se observa la convivencia entre dos estilos bien definidos: el informativo aun con cierto pellizco, y el que directamente es de corte pregoneril, confesional y para mayor gloria del que lo pronuncia, que se gusta casi tanto como algunas cuadrillas costaleriles.
Chocan más aún en medios públicos esas letanías o expresiones poético-religiosas. Es entendible el momento y los periodistas que cubren estas salidas son cofrades y, por lo tanto, sienten propensión a dejarse llevar por la pasión o el sentimiento del momento; pero en todo caso, deberíamos todos recordar que se está para informar y para hacer una crónica de un acontecimiento, no para soltar una homilía. De todos modos, son contados los ejemplos, aunque cuando se dan, rechinan. Antes bien, percibo como más dañino el endiosamiento de algunos periodistas que, año tras año, micrófono en mano o teclas mediante, afilan sus críticas y pontifican sobre lo divino y lo humano, siempre sin permitir la defensa de los señalados y basándose en criterios de dudosa objetividad o imparcialidad. Y al contrario, deshaciéndose en elogios hacia ese tal o cual que siempre sale bien parado porque…
No descubro nada nuevo. Hay lobbies mediático-cofradieros y cada año al llegar la Cuaresma se reactivan, retroalimentan y estallan como el azahar por primavera. Ojo con esto porque está muy incardinado en el mundillo de la información cofradiera cuando en realidad le hace un flaquísimo favor a la misma.
Es por esto que todos los años se repiten los mosqueos supinos de tal o cual banda a la que se ha despellejado, a tal o cual cofradía por tal o cual gesto, a tal o cual capataz o cuadrilla por su estilo… Casos, incluso, en los que determinados periodistas se erigen en una suerte de sanedrín con bula para criticar a placer, pero también para lucir fama o palmito como si ellos fueran el centro de atención en una procesión.
Hasta aquí estas reflexiones a vuelapluma pero con varios años de ‘operaciones cuadrillas mediático-semanasanteras’ a las espaldas. Para otro capítulo podría dar la proliferación de hermanos que, con toda su buena voluntad pero escaso oficio periodístico, se están dedicando a copar los perfiles sociales, boletines y comunicaciones externas de las hermandades. Por supuesto, no son empresas, pero deberían cuidar siempre la forma que tienen de comunicarse con la sociedad y con sus propios hermanos. Boletines plagados de erratas, mensajes en redes que dejan mucho que desear… Como suele ser una ocupación voluntaria, pues… Pero sería deseable que las hermandades se tomaran más en serio, y hay muchas que ya lo hacen, esto de profesionalizar más sus canales de información.
Concluyo con un ruego que me parece clave para mejorar la relación de las cofradías con los medios de comunicación: que la Asociación de la Prensa de Sevilla se siente antes de Semana Santa con el Consejo de Cofradías y con las hermandades para que la labor del periodista, sea fotógrafo, cámara o redactor, sea la que la ciudad en tal magno acontecimiento se merece.
No se trata de ningún privilegio, sino de que se brinde a los profesionales más facilidades de las que hasta ahora se ofrecen para que sus trabajos sean lo mejor posible. Y que los espectadores, tuiteros, lectores y cofrades en general lo disfruten oportunamente.
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